Yo recuerdo mi niñez
como una historia pasada,
la vida de los labriegos
de pastores y majadas.
De aquellos corderos blancos
que sus madres amamantaban,
y corrían como niños
cuando de leche se hartaban.
Era precioso verlos
cómo todos retozaban;
era inocencia pura
era la gloria en manada.
Y aquellas coplas de antaño
que los pastores cantaban,
con su zurrón en la espalda
su gruesa «gaya'» colgada.
Y su botellón de agua
con plaita bien reforzada,
su onda de seis ramales
que al estirarse estallaba,
advirtiendo a las ovejas
que han llegado a la cebada.
Ya se acerca el pastorcillo
al labrador que se afana,
apretándole al arado
porque no queden lobadas.
Ya se paran las mulillas
y el ganado a la sembrada,
ya se enzarzan los dos
hablando de las zagalas.
Era una vida sencilla
oliendo a tierra mojada,
y aquel olor singular
si a las cabras te acercabas.
Todo aquello se acabó,
todo es historia pasada.
Ya no canta el labrador
trabajando en la besana.
Ya no cantan los pastores
bajando de la majada,
ya se perdió la alegría
de aquella vida pasada.