El paso del tiempo

Dime, hoja

Hoja tierna y vigorosa
que te ví lozana ayer,
jugueteando con el aire
con tu orgullo vaivén.
Ahora te veo entristecida
y amarillenta tu piel.
Dime una cosa hoja hermosa
¿qué le pasa a su merced?.

Es el tiempo amigo mío,
el rival de todo ser,
es el freno del orgullo
de ese cierzo tan cruel,
que te arrastra por el suelo
por el fango y por doquier,
aunque hayas sido el orgullo
del más hermoso vergel.

Triste vida

Qué triste es esta vida
si te paras a pensar,
que esta vida se pasa
y no volverá jamás.
Que los seres que aquí amamos
los tendremos que dejar,
y nuestra carne y nuestros huesos
en polvo se convertirán.
Solo seremos materia
como antes de empezar.

Somos ciclo en esta vida
unos vienen y otros van,
somo semillas de Dios
que mueren para empezar.
Somos un poco de tierra
somos un poco de mar,
somos una cadena de Dios
que no para de girar.

Esperanza perdida

Cada vez que observo el campo
cuando voy de romería,
el corazón se me encoge
de ver la tierra baldía.
Pena me da de la tierra
porque su pena es la mía,
de ver que el hombre se aleja
del deber de cada día.
Pero le agrada comer
de los frutos que ella cría,
de esos frutos deliciosos
que producen alegrías.

El hombre se va alejando
de la madre que lo cría
Pero algún día volverá
con la esperanza perdida.
De ver la tierra enojada,
de ver la tierra baldía,
de ver que ya no produce
el maná de aquellos días.

Recuerdos sin rostro

Yo recuerdo mi niñez
y a aquellos que se afanaban,
cómo se han ido muriendo
en esta vida callada.
En esta vida de ensueño
en esta vida agitada,
tan solo queda el recuerdo
o alguna huella marcada.
Al transcurrir de los tiempos
todas quedarán borradas.
Lo mismo que la tormenta
que en el cielo se agitara,
como se pierde su rostro
del que atento la miraba.

Recuerdo del pasado

Cuando yo vivía en Caneja
la gente alegre cantaba,
llovía en primavera
y en invierno había nevadas.

En el verano tormentas
para que el hombre rezara,
al ser que todo lo puede
en los trigos y cebadas.

Eran tiempos de migas,
cocidos, ollas y ensaladas,
de lo que daba la tierra
la gente se alimentaba.

Yo recuerdo aquella vida
y como eran las zagalas,
doradas en el verano
como el trigo y la cebada.

No eran tiempos de dinero
ni ambición desesperada,
eran tiempos de alegría
porque la gente cantaba.

Mientras el agua corría
por anchas acequias separadas,
como dos potentes brazos
que a la huerta refrescaban.

Era la fuente una joya
que a Caneja coronaba,
el mejor lugar de encuentro
que tenían las zagalas.

Con su botijo en la mano
y sus caras empolvadas,
como el agua cristalina
eran puras las zagalas.

Al decirles un piropo
se ponían coloradas,
lo mismo que la amapola,
entre el trigo y la cebada.

Y los zagales de entonces
con verlas se conformaban,
con tan solo una sonrisa,
o una dulce mirada.

Ya cantaban de alegría,
ya por las noches soñaban,
y lo mismo que jilgueros
al día siguiente cantaban.
Alegrías del ayer
y proyectos del mañana.

Paso sufrido

Yo no sé si estoy viviendo
la mentira o la verdad,
pero sé que estoy sufriendo
y veo mi vida pasar.

Igual que el agua de un rio
que corre para llegar,
por un lecho pedregoso
y su destino es el mar.

El león herido

He aquí un león herido
que se arrastra con nobleza,
para alcanzar su guarida
sin perseguir a su presa.

Ya no hace galanterías
de su poder y destreza,
ya se encuentra agazapado
al pie de una encina vieja.
Esperando resignado
que sane su herida abierta.
Soñando con el pasado
recordando su grandeza.

Envidia a los pajaritos
que vuelan por su cabeza,
cuando le vino una idea
y se arregla la melena,
corno ya cazar no puedo
entonces me haré poeta.

Recitaré mis versos
para que el bosque entienda,
que aunque el león esté herido
es el rey de la selva.

Yo recuerdo mi niñez

Yo recuerdo mi niñez
como una historia pasada,
la vida de los labriegos
de pastores y majadas.

De aquellos corderos blancos
que sus madres amamantaban,
y corrían como niños
cuando de leche se hartaban.

Era precioso verlos
cómo todos retozaban;
era inocencia pura
era la gloria en manada.

Y aquellas coplas de antaño
que los pastores cantaban,
con su zurrón en la espalda
su gruesa «gaya'» colgada.

Y su botellón de agua
con plaita bien reforzada,
su onda de seis ramales
que al estirarse estallaba,
advirtiendo a las ovejas
que han llegado a la cebada.

Ya se acerca el pastorcillo
al labrador que se afana,
apretándole al arado
porque no queden lobadas.

Ya se paran las mulillas
y el ganado a la sembrada,
ya se enzarzan los dos
hablando de las zagalas.

Era una vida sencilla
oliendo a tierra mojada,
y aquel olor singular
si a las cabras te acercabas.

Todo aquello se acabó,
todo es historia pasada.
Ya no canta el labrador
trabajando en la besana.

Ya no cantan los pastores
bajando de la majada,
ya se perdió la alegría
de aquella vida pasada.

Angustia

Angustia desesperada
por la lucha del vivir.
En un mundo de morir
como semilla preñada,

Muere el niño del ayer
y nace el hombre del mañana,
y sigue, y sigue muriendo
como el tiempo en la jornada.

Y al mismo tiempo surgiendo
nueva vida transformada,
pareciéndose muy poco
a la que ya fue pasada.

Tan sólo queda el recuerdo
o alguna huella marcada
en el polvo del camino,
si es que no ha sido borrada.