Se alegran hasta la piedras
de mi pensar mañanero,
de mi guerra sin cuartel
buscando un amor sincero.
Buscando el amor perdido,
el amor de los consuelos.
Ese amor que no se esconde
y hasta nace en el suelo.
Donde los hombres lo pisan
como si estuvieran ciegos,
sin entender que en la hierba
está el amor de los cielos.
Están las leyes de Dios,
está lo blanco y lo negro.
Está lo bueno y lo malo
y ese error traicionero.
Ese error que tanto duele
porque no tiene remedio.
Porque la flor que se pisa
no perfuma más el suelo.