Si los hombres contempláramos
el más mínimo resplandor
de la inmensa gracia viva
del que todo lo creó,
lo rechazaríarnos todo
para abrazar el amor.
Ya no existiría el miedo
ni existiría el dolor,
y las cosas de este mundo
no tendrían ningún valor;
nos bastaría con la luz
de nuestro buen Hacedor.