Tú eres, sol, en las alturas
la lumbrera natural,
eres luz en las tinieblas
y calientas sin cesar.

El que se cuide de ti
tiene que ser especial,
ser enviado del Padre
para poderse acercar.

Porque nosotros, los hombres,
ni te podemos mirar
límpiamente con los ojos
sin protección de un cristal.

Es que el Padre nos conoce
que no somos de fiar,
lo que el hombre toca y ve
ya lo quiere acaparar.

Dejaría el mundo a oscuras
o habría que pagar.
Así está bien dispuesto
en este reino animal,
que el que se exceda se queme
y deje sol a los demás.